Los turistas, la música moderna a gran volumen, las personas nacionales tratando de mostrar su clase y los extranjeros tratando de adoptar por algunos días el estilo de ser del tico, las decenas de vendedores de artesanía. Eso y más es Tamarindo. Tal vez la playa más apetecida para los turistas por su ambiente, su facilidad de acceso y sus bellos paisajes. Sin embargo, para el costarricense, para el guanacasteco, para el santacruceño, Tamarindo y sus alrededores es un pueblo más que, debajo de esa capa de edificios modernos y «sus rótulos en inglés«, todavía existe esa comunidad de origen humilde y que todavía conserva sus tradiciones.
En este caso, la playa llena de sillas, tablas de surf y atuendos playeros modernos se ve invadida por una de las tantas tradiciones costarricenses que se niegan a morir: el carrito de un copero. En cualquier playa de Costa Rica, este carrito pasaría desapercibido, pero no en Tamarindo. Acá, el copero pareciera ser un extraño elemento que no calza en el paisaje cotidiano. Sin embargo, a pesar de haber oferta de postres contemporáneos, bebidas refrescantes y el mar para enfriar el cuerpo, nacionales y extranjeros se detienen a saborear un copo al estilo tico, como probablemente no lo van a encontrar en otro lugar.